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Refugiadas palestinas venden sus bordados en tiendas de lujo de Londres y París

Por AFP

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En un pequeño taller de un campo de refugiados palestinos del norte de Jordania, Halima borda un chal azul con un estampado tradicional. En unos meses, será vendido en una tienda de lujo de París, Londres o Dubái.

"Estoy orgullosa de ver a los europeos llevando lo que producimos aquí y de que importantes revistas de moda se interesen" por nuestros bordados, como la edición alemana de Vogue, confía con una amplia sonrisa Halima Al Ankasuri, de 54 años y el rostro enmarcado por un velo rojo. "Creamos productos modernos con colores tornasolados, bordados de motivos palestinos e islámicos", explica esta palestina, madre de siete hijos.

En principio, el campo de Jerash, en el que vive, debía acoger a más de 11.000 palestinos de la Franja de Gaza huidos de la guerra israelo-árabe de 1967, pero más de 50 años después, son más de 29.000 los refugiados registrados por la ONU. La pobreza, el desempleo y la falta de infraestructuras hacen difícil la vida en el campo.

Cambiar la vida'

En 2013, Roberta Ventura, una italiana que había hecho carrera en la banca visita el campo. Fascinada por el trabajo de bordado realizado por algunas refugiadas, decide fundar un proyecto social para "cambiarle la vida no solo a decenas si no, con el tiempo, a cientos o quizá miles de mujeres", indicó en un mensaje a la AFP.

En las mesas del taller se entremezclan las kufiyyas con inscripciones y rosas de diferentes colores, chales de cachemira y bolsos. "El proyecto empezó con 10 mujeres y ahora son 300", dice, contenta, la directora del taller, Nawal Aradah. Halima y las demás aprendieron el arte del bordado de mano de sus madres y abuelas. Cada región palestina tiene sus propios motivos. "Fabricamos productos por encargo, chales, bolsos, servilletas, sábanas y todo lo que tenga que ver con la decoración de la casa", continúa Aradah, de unos 40 años y pañuelo blanco a la cabeza.

Una semana por bordado

Cada dos meses, se envían a las tiendas de París, Londres o Dubái de 11 a 14 cajas con mercancías, de entre 190 y 270 kg. Los productos fabricados por estas palestinas también se venden en Belén, en Cisjordania ocupada, explica Mahmud Al Haj, uno de los responsables del proyecto "Sep Jordan" ("Sep" por "Social Enterprise Project", "Proyecto Empresarial Social" en castellano).

En una tienda de un gran hotel de Amán, estos artículos se venden por entre 20 y 300 dinares la pieza (de 30 a 430 dólares), según Haj, que subraya que "la mayor parte de los compradores son turistas extranjeros". Para las mujeres del taller, el bordado es, ante todo, un medio de sustento para sacar adelante a sus familias. "Casi todos padecemos pobreza en el campo. Este trabajo nos ayuda a mejorar nuestras condiciones de vida, inclsuo si facturamos nuestros productos a la unidad a un precio bajo, entre 15 y 20 dinares (20 a 30 dólares)", cuenta Halima, con voz triste.

Cada pieza que borda requiere, por lo menos, una semana de trabajo. Pese a lo que le duelen las manos, Halima se confiesa feliz por trabajar en este taller, donde ha conocido a otras mujeres con quienes acabó forjando una amistad.

Segunda casa

"El talento único" de estas mujeres es "apreciado en todo el mundo", considera Roberta Ventura, fundadora del proyecto. Más de dos millones de refugiados palestinos están registrados ante la ONU en Jordania, pero alrededor de la mitad de la población jordana (6,6 millones de habitantes) es de origen palestino.

Además del hecho de difundir la historia y la cultura palestinas, lo que las mujeres crean "contribuye a promover nuestro pueblo", afirma la directora del taller. Una bandera y un mapa colgados de la pared recuerdan el vínculo con la tierra natal o, para los más jóvenes, con la de sus ancestros. "Cada mujer de aquí tiene una historia. Este trabajo las ayuda a escolarizar a sus hijos, a cambiar los muebles de casa y a mejorar sus condiciones de vida, sobretodo porque muchos maridos no trabajan", continúa Aradah.

Hiba Al Hudari es una de esas mujeres para las qeue "el taller se ha convertido en una segunda casa". Esta madre de seis hijos, diplomada en costura, afirma ganar unos 150 dinares mensuales (210 dólares). "Con eso, ayudo a mi esposo, mecánico, a mantener la casa", explica esta mujer de 37 años, tejiendo un bolso azur con inscripciones islámicas. (AFP)

Photo: KHALIL MAZRAAWI / AFP

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